domingo, julio 24, 2005

Texto de una mañana de primavera

Domingo frío si los hay...pucha che! otro día encerrada en casa...

Un textín ahora, para olvidarnos de esta tarde fría de invierno...


Debido al inminente y constante abuso y presión, he tomado la decisión de no comunicar ni expresar, mediante gestos o acciones, mis sentimientos.

La soledad se siente muy fuerte. La amargura que se presenta en mi boca es tan seca como el polvo que depositan los huesos de los muertos sobre la tierra negra.

El descontrol se produce en mis músculos, siento como cada uno de ellos se va desprendiendo y tomando control propio, la lucha contra ellos es inútil, cada vez que intento levantarme de la silla, mis piernas tiemblan y mis rodillas se quiebran y termino por caerme al piso, como rendida, pero mi cerebro y control de sentimientos sigue activo y al caerme, éstos, lo detectan y al estar allí, tirada, el cerebro trabaja más y mis sentidos le responden y obedecen. Yo me retuerzo, el dolor es muy fuerte, el sufrimiento lo sobrepasa. Hasta que mi cerebro se apiada de mi y como si fuera un toque de magia, quedo dormida, a veces horas y horas, otras veces solo minutos y los síntomas recomienzan nueva y rápidamente cuando me despierto, hasta que logro dormirme nuevamente, horas extensas allí en el piso. Hasta que el viento abre bruscamente la ventana, y ésta deja pasar a la brisa, que me despierta; y vuelvo a la realidad, nada fue un sueño, todo es real, veo, siento, razono, oigo, hablo. Mi voz se oye algo temblorosa, dudosa, bajita, leve, casi silenciosa, anuncia algunas palabras de auxilio para que alguien la escuche, pero no lo consigue, el eco, despreciablemente, se la devuelve.

Y así, medio oscilando, logro levantarme. Mis piernas muy frágiles y débiles, aún sienten el ardor y la falta de algo sólido que las resista y sostenga. Mis ojos, desorbitados y todavía algo cansados y pesados, miran para todos lados, como queriendo buscar algo.

Hasta que mis oídos escuchan el tintinear de las campanas, y percato que es la hora de tu llegada. Arrastrando mis pies, voy hacia el lugar de encuentro de todos los lunes. Mis manos estremecidas buscan el picaporte de la puerta, y con un suave envión se abre; mis manos sueltan el picaporte y se juntan con las tuyas rápidamente. Mi mente sólo piensa en una cosa. Y como siempre nos pasa, quedamos desorientados mirando a los ojos del otro. En los momentos que estoy con vos no me importa nada. Todo desaparece.

Todo lo ocurrido anteriormente se borra de mi mente. Sólo queda el momento en el que estoy, el presente de tu estar. Disfruto el instante, te disfruto a vos.

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